LA TRASHUMANCIA DE LAS «TENSINAS»


La noche se cierra sobre los montes de Torrero y silencio de los pinares solo es roto por el balar de cientos de ovejas "tensinas" (una especie autóctona del valle de Tena que en estos momentos se encuentra en peligro de desaparecer) que esperan a su amo, José María Redondo.

Redondo, un ganadero de 59 años, salió el pasado viernes desde Herrera de los Navarros con toda su cabaña, unas 1.100 cabezas. Su destino: Sállent de Gállego, donde sus ovejas pasarán el verano pastando hasta la llegada del otoño.

La crisis que sufre el sector ha obligado a este ganadero a llevar al Pirineo a su rebaño como hacían sus antepasados, a través de las cañadas. El deseo de mantener viva la tradición se une con las dificultades económicas de los ganaderos. "No podemos pagar los costes del transporte, ganamos lo justo para comer", se lamenta Pilar, su mujer.

Ahora el amo se dispone a cruzar Zaragoza con los riesgos que conlleva. Sin embargo no está solo en esta "sufrida tarea". Amigos, familiares y conocidos de la profesión se reúnen en Torrero para ayudarle a conducir al ganado. Uno de ellos es Miguel Pérez, "un hombre que desde que nació ha estado entre ovejas y hasta que le quede una gota de sangre tendrá ovejas". Este ganadero de Juslibol va a acompañar a Redondo en su recorrido hasta el Pirineo. "Yo le voy a ayudar porque esta profesión es muy dura y sacrificada y necesita que le echen una mano hasta Sallent", explica Pérez.

Durante la travesía por Zaragoza, el pastor, armado únicamente con su vara, su voz y unos cuantos "chotos cabríos", se encargará de dirigir la cabaña mientras el dueño ocupa la retaguardia, "la borregada" del rebaño. Junto a él, José Luis, un primo de Redondo. Beltrán, otro amigo proveniente de la localidad zaragozana de Mezalocha, también se ha unido a este viaje por "por amor y cariño a esta tradición que se está perdiendo". Él dejó el pastoreo hace tres años pero no ha dudado en presentarse voluntario para ayudar a Redondo y a su familia.

Pese a los esfuerzos de los ganaderos, la experiencia urbana del ganado es nula y enseguida comienza a dar vueltas sobre sí mismo. "Ese es el momento en el que los chotos, con sus cencerros deben romper el rebaño y tirar hacía delante", narra Pérez. El pastoreo se complica, los animales se espantan por las luces de los coches y los flashes de las cámaras de fotos.

La marcha continúa a través del asfalto. La cabaña cruza Torrero, San José, el Coso, hacia el puente de Hierro. "Este año no pueden pasar como siempre por el puente de Piedra", explica una agente forestal del Ayuntamiento de Zaragoza. Las obras del balcón de San Lázaro han obligado a cambiar la ruta. La ciudad se traga al rebaño, aunque este no deja de balar y de hacer sonar sus cencerros. José Luis anima al rebaño mientras tanto reflexiona en alto sobre el sacrificio de su primo José María. "A Redondo deberían hacerle un monumento, por todos los ganaderos

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