Durante 23 días estos ganaderos cruzaron a pie cañadas, veredas y cordeles para vencer en ese pulso permanente que tienen con una modernidad que anda lejos de impedir que las vías pecuarias se vean invadidas por edificios, parques recreativos, carreteras y roturaciones de tierras. Pero la llegada a pie no fue tan sólo por la nostálgica recuperación de un pasado que llevaba medio siglo perdido. Se trata de una cuestión económica, ya que los ganaderos no pueden transportar a las ovejas en camiones por lo elevado de los portes. Soterradas en la historia quedaron también aquellas líneas especiales de trenes para traslado de ovejas.
Perros indispensables
En Vilches, los pastores, con la ayuda de sus perras careas, Jeskin, Tintín y Chispi («sin ellas, que defienden a las ovejas de los perros salvajes y de los zorros y que les basta un gesto nuestro para cumplir órdenes, sería imposible venir»), han dejado atrás el frío de la noche, escarchas, alguna que otra lluvia y la densa soledad del camino. Una buena tienda de campaña, una cerca portátil para encerrar al ganado o el empleo de teléfonos móviles para comunicarse con la familia, convierten en soportable la dureza del viaje.
Llegan y se encuentran la triste sorpresa: no hay pasto. La prolongada sequía mantiene el suelo seco, sin ese color verde que tanto añoran. Menos mal que el agua caída en la última semana permitirá que pronto aflore la vegetación ausente. «Un pasto, afirman, que supone un coste elevado, pues al propietario de la finca se le ha de pagar un precio medio de unas tres o cuatro mil pesetas por oveja durante la estancia. El precio, eso sí, permite la utilización de los cortijos». Y encima, mientras crece la hierba, tendremos que seguir alimentando al ganado con pienso de alto coste, tanto que en los últimos meses ha subido un 50%. Vivir de esto se nos pone muy difícil y si se soporta es por las subvenciones europeas».
Los pastores, que expresan que conocen a las ovejas una a una («miramos su cara y sabemos quien es cada cual»), dicen que llevan toda una vida en este duro oficio de la trashumancia, hoy en vías de extinción. «Nuestros hijos, dicen, nos ayudan pero ellos no quieren seguir la tradición y si a ellos no les gusta, nosotros tampoco queremos que la ejerzan».
Vuelta a la tradición
En los dos últimos años ha vuelto la tradición pastoril de invernada, de búsqueda de los preciados pastos para alimento de los animales. Ayuda a ello el alto precio del traslado en camiones y el hecho de que las largas caminatas se llevan mejor con el apoyo de un todoterreno, las buenas tiendas de campañas y los corralitos portátiles de malla en los que se encierra el ganado. A excepción de algunos tramos, las cañadas se conservan en buen estado y presentan signos de haber sido transitadas durante siglos. Las cañadas vuelven a ser rentables y, a pesar de que no siempre son respetadas (en algunas autopistas han acondicionado pasos de ganado), existe una sensibilización que ha llevado a tomar decisiones políticas en favor de esta tradición.